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viernes, 6 de noviembre de 2009

¿En qué país vivimos?

Por Joshy Castillo.

Así me decía mi madre cada vez que algo insólito sucedía. Y en Nicaragua, donde el corcho se hunde y el plomo flota, esta pregunta es obligada.

El fallo de la honorable Corte Suprema de Justicia es la crónica de una muerte anunciada, parafraseando al escritor colombiano. Digo muerte anunciada porque al no poder conseguir los votos en la Asamblea Nacional para reformar la Constitución, nuestra Carta Magna, nuestra guía jurídica-política, ya se sabía de la jugada al estilo Oscar Arias, y en una repentina leguleyada, como nos dijo una querida maestra de Derecho, seis magistrados, Rosales, Centeno, Solís, Cuadra, Molina y la tristemente célebre Juana Méndez, mataron, en cuatro horas, las aspiraciones democráticas de un pueblo que ha pagado con sangre los disparates de su clase política.

Pero lo más insólito de todo este circo es que el caudillo liberal, el ex presidente doctor en Derecho, Arnoldo Alemán Lacayo, quiera hacernos creer a los y las nicaragüenses que no sabía nada sobre esta táctica del presidente Daniel Ortega, su socio.

Alemán y su círculo más cercano conocían de esto y mucho más. El ex presidente conoce bien cómo se cuecen habas en la casa del Parque El Carmen. A Alemán le conviene Daniel de candidato. Un político desgastado, con menos del 30 por ciento del electorado cautivo, con una serie de achaques de anciano (creo que es Alzheimer porque muchas cosas se le han olvidado) y con un descontento a lo interno del partido, por su candidatura eterna que no deja chance ni a la esposa y que además controla, él y sólo él, los Alba-dólares, todo el aparato electoral y judicial y los recursos estatales en una campaña electoral. Todo esto lo maneja bien el caudillo de El Chile.

La gran jugada del ex presidente es hacernos creer que él es la solución a los problemas políticos del país, que sólo él y nadie más que él tiene la capacidad para derrotar a Daniel en las urnas y se muestra furibundo y ofendidísimo ante las cámaras de televisión al llamarle golpe de Estado al absurdo jurídico y ante la insinuación de que ya sabía del controvertido fallo. Zorros del mismo piñal diría el finado Herty.

Ortega, por su parte, consiguió el boleto de ida hacia la reelección, logró eliminar las aspiraciones de doña Rosario y les dijo a los que no comulgan con él dentro del partido rojinegro: el Estado soy yo, el Partido soy yo y el Pueblo Presidente soy yo.

¿En qué país vivimos? Las rotondas ya están tomadas, las agresiones ya empezaron, los defensores de lo indefendible se multiplican y otros se rasgan las vestiduras con un mea culpa extemporáneo.

Nicaragua se enfrenta a un crecimiento del crimen organizado, secuestros, robos cada veintiún minutos y a una Policía cada vez más partidarizada. Entonces, ¿en qué país vivimos?

Con una sequía galopante a las puertas, que provocará menos granos básicos y más pobreza, una cacareada reforma tributaria, a medida exacta del régimen, pretende que los jubilados, que apenas sobreviven para pagar los recibos de servicios, luego de años de míseros salarios, paguen impuestos por sus escuálidas pensiones, que la pulpera, la nueva clase media de este país, el comerciante del mercado, que vive bajo el riesgo de que su mercadería quede reducida a cenizas por las irresponsabilidades de muchos, aumenten su importe al Estado en más del mil por ciento. ¿En qué país vivimos?

Pero lo más triste: una oposición atomizada, afanados todos por atravesarse la banda presidencial, sin querer deponer intereses individuales, con divisiones interminables, con los que se deleita, en palco, el sexagenario candidato.

Pero no todo está perdido. Como dice un viejo político, la esperanza es la juventud. Esa juventud que no se amedrenta a pesar de las llamadas telefónicas amenazantes de los hijos del magistrado, esa juventud que no cree en políticos trasnochados ni mentirosos, esa juventud que, sin miedo, se le planta a la empresa privada y los llama a tomar su lugar en la historia. La historia que nos reclamará a todos y todas qué hicimos por el país donde vivimos.

Comandante Ortega, con el deshonroso fallo de sus magistrados no crea que tiene boleto de ida y vuelta. El boleto de ida se lo habrán regalado, pero el de regreso, ése le saldrá caro. Cuidado termina de huésped en alguna embajada como su amigo Zelaya. Recuerde, déjeme decirle, vivimos en Nicaragua.
La autora es periodista.

joshy.castillo@gmail.com

fuente;La Prensa.com.ni

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