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lunes, 22 de septiembre de 2008

¿Vivir Como Caracoles?


Por Rodolfo Pérez García

Según la enciclopedia Wilkipedia, “Caracol es el nombre común de los moluscos gasterópodos provistos de una concha espiral. Hay caracoles marinos (a veces denominados caracolas), dulceacuícolas y terrestres. Son muy apreciados por el hombre, tanto con fines coleccionistas como gastronómicos”. Pero también, sigue señalando la misma fuente: Los caracoles se mueven como los gusanos, alternando contracciones y elongaciones de su cuerpo, con una proverbial lentitud. Producen mucus para ayudarse en la locomoción reduciendo así la fricción. Esta mucosidad contribuye a su regulación térmica, también reduce el riesgo del caracol ante las heridas, las agresiones externas, notablemente las bacterianas y fúngicas, ayudándoles a mantenerse lejos de insectos potencialmente peligrosos como las hormigas”.

Con esta breve descripción científica acerca de estos seres, me atrevo a afirmar que este tipo de vida se ha proliferado de una forma ascendente en el comportamiento de muchos habitantes de nuestro país. Si Leonel Rugama llamaba a los nicaragüenses a vivir como los santos, hoy, la apatía, el egoísmo, el yoquepierdismo, las comodidades, el individualismo perverso, el miedo, el interés descarado, el cansancio, el derrotismo, lo irracional, la deshumanización, la tolerancia a la corrupción, la desesperanza, la pérdida de la mística, el desencanto, la pérdida de valores, el oportunismo, la venganza, la vivianada, el escepticismo, la insolidaridad, la maldad, la cobardía, la cepillada, la amargura, etc., etc., etc.; todos estos antivalores son los que tienen enfermo a nuestros ciudadanos. Cada quien vive dentro de su concha, sólo se mueven cuando tienen estrictamente necesidad de alimentarse, ya sea material o sentimentalmente. Ese enclaustramiento, ese cerrar de puertas y ventanas frente a la degradación de una sociedad que la queremos seguir vendiendo como lo que algún día fue en su esencia indígena, ya no existe.

Si me estoy equivocando entonces me pregunto: ¿cómo es posible que sigamos permitiendo tanto daño a nuestro propio pueblo? ¿Cómo podemos seguir permitiendo tanto abuso, tanta soberbia, tanto degenere, tanta corrupción y no ser capaces de mover un solo dedo para repudiarlo? ¿Cómo es posible ser impávidos cuando los gobernantes actúan de un forma tan descarada, al margen de cualquier tipo de norma y utilizar el poder para reprimir a todo aquel que no piense como ellos? ¿Cómo es posible que muchos empresarios se escuden tras la falacia de la responsabilidad social empresarial para confabularse con los gobiernos de turno y seguir explotando a los trabajadores, mientras se hacen de la vista gorda a la violación flagrante de las libertades más elementales de aquellos ciudadanos que los siguen haciendo más ricos?
El arriesgarse por los demás ha quedado como un recuerdo filosófico de los mártires. Para la mayoría ya no vale la pena dar la cara por nadie.

El ejemplo de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal ha sido ultrajado y pisoteado hasta por sus antiguos admiradores y defensores. Sólo queda el noble recuerdo de aquel que no se doblegó frente a las amenazas del gobierno de cerrarle su empresa de comunicación; no tuvo nunca miedo de organizar a la oposición y utilizar su medio de comunicación social para defender a los más desposeídos, aquellos que no tenían voz porque los dictadores se las habían arrebatado; nunca le importó a este mártir ejemplar arriesgar hasta su propia vida por su pueblo. Tuvo que ser su sangre la que encendiera la mecha de la revolución. Ya quisiéramos al menos varios Pedros, que tuvieran ese valor que ahora no existe y que lejos de oponerse a las injusticias, lo que hacen es revisar cada día sus cuentas bancarias en busca del aumento de sus intereses que se ganan con el sólo hecho de no abrir la boca en contra de la barbarie o expulsando de sus medios a todo aquel que les cause un malestar con el poder.

Muchos se sienten cómodos viviendo como los caracoles; no se oponen a nada aunque la opresión sea tan evidente. Ya sus conchas son tan fuertes como para soportar cualquier ultraje, con tal de congraciarse y seguir haciendo el papel de maniquí frente a las cámaras, con una sonrisa tan falsa como la de un payaso contratado para la ocasión, la historia nos ha demostrado que curas, empresarios, académicos, rectores, sindicalistas, “opositores”, embajadores, periodistas, filósofos y toda una gama de individuos que gozan con tomarse una foto al lado del dictador de turno y con la única esperanza de obtener la gracia de su merced. Les tiemblan las piernas el sólo hecho de pensar que caerán en desgracia; por eso, al igual que los caracoles, se arrastran chorreando la baba que los hará inmunes ante cualquier obstáculo que les pueda causar una herida por pretender protestar.

Es precisamente esa imagen lamentable y penosa la que causa todos los antivalores; basta con ver a nuestros lados y darnos cuentan que estamos más solos que nunca. Pareciera ser que estamos a punto de haber nacido para bueyes y que del cielo nos van a caer los yugos. La palmada en la espalda se está convirtiendo en el chuzo que nos quiere empujar a decir “sí señor” a cada momento; se corre el riesgo social de sentir placer frente al dolor de las puntas de las espuelas afiladas por la ignominia de los insensibles que tienen el poder de cambiar las cosas. Ya los colores partidarios se han confundido para formar un arcoiris de sinvergüenzas, que ocupan puestos con la sola misión de aprobar todo lo que sus nuevos amos les señalen y hacer caso como el más miserable borrego. Las calles del infierno que llevan a los serviles están empedradas de los más destacados críticos al sistema. De cualquier forma nos están conduciendo inevitablemente al desastre ciudadano.

De nuevo, los moluscos gozan con que aumente su población; ésa es la ventaja de no tener problemas por defender a tus semejantes, cada quien vive su propia vida dentro de la concha divina; que el mundo se derrumbe con tal que no me afecte nada, ésa sin duda alguna es la actitud más mezquina que puede asumir alguien que se llame ser humano. Por eso insisto que vivir como los caracoles no es vivir como los seres humanos, y peor aún, vivir en un país llamado Nicaragua, en donde por culpa de toda la fauna que ostenta el poder, de quienes aman el poder, de los que viven del poder, de los que quieren llegar al poder, lo hacen en su mayoría con el único interés de mejorar sus posiciones personales y beneficiar a su más allegados colaboradores.

Mientras eso ocurre, muchos de mis paisanos ya van encargando sus caparazones que compran en lujosas tiendas, de todos los colores, de todos los sabores, con aires acondicionados o con abanicos, modelos para niños, jóvenes, adultos, ancianos y hasta para sus mascotas; para ellos es mejor hacerse los ciegos, los sordos y mejor aún los mudos para no molestar a quien les engorda la tripa. Hasta las propias religiones que profesan el amor al prójimo han entrado en una crisis profunda, pues el pastor se ha casado en el lobo que se come a sus propias ovejas. ¡Qué rico se siente abrazar ese pelaje que lo mantiene en la palestra pública gozando de glorias de un pasado que jamás volverá! Al fin de cuentas sólo nosotros seremos capaces de romper nuestros propios caparazones en dependencia de la dureza de nuestras propias cáscaras. Sólo nosotros podemos decidir vivir como los caracoles o volver a recuperar nuestro estatus de seres humanos; y asumiendo que para vivir en comunidad debemos sentir el mismo dolor de aquellos que están siendo oprimidos y tener el valor para ayudarlos y unirnos en su lucha eterna viviendo como los santos.
Publicado en El Nuevo Diario de Nicaragua, el 19/09/08
Fuente; AquiNicaragua.com

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