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miércoles, 11 de febrero de 2009

Nindirí, cien años después

Nindirí, cien años después - Nicaragua Hoy.

Rubén Darío: A los 93 años de su muerte (Enero 18, 1867 - Febrero 6, 1916) y a 100 años de su paso por Nindirí
Por Pedro Rafael Gutiérrez Doña
Cien años después que Rubén Darío hizo un florido recorrido por Nindirí (1909) en compañía de un letrado poeta cubano, yo hice lo mismo.

Pasado el medio día y de regreso de la ciudad de Masaya, casi por instinto visité Nindirí, pueblito al que visitaba en aquellas tardes cálidas de fines de semana, cuando en compañía de mis padres visitábamos el museo antropológico.

Eran finales de los años 60 cuando aun siendo un niño, la virginidad de la laguna de Masaya era abusada por las incursiones de mi padre en la madrugada. De retroceso, en un Jeep con la caja de velocidades mala, bajábamos y subíamos aquella cuesta interminable de la laguna para llegar a nuestra propiedad a orillas de la laguna.

Pareciera que aún el sol de los años 60 es el mismo de hoy… capaz de inmovilizar mis pensamientos y derretirlos bajo mi frente en gotas de sudor, disimulados por una leve brisa lagunera. La entrada es la misma, solo que desapareció aquel polvazal cómplice de las gotas de sudor cuando era niño. El camino de tierra fue sustituido por el asfalto y, las carretas haladas por briosos bueyes fueron sustituidos por los Hyundais y motocicletas.










Iglesia de Nindirí, Patrimonio Histórico .

En Nindirí el tiempo se detiene… no necesita avanzar, no hay motivo para agitarse ni para correr. Aun las casitas de adobe asoman en sus techos las tejas de barro y en el fondo oscuro de las viejas construcciones se peinan hermosas trenzas entrelazadas de canas y de vida.

Frente a la Iglesia, justo en el parque, las muchachas conversan con sus pretendientes y brillan cual tigüilotes hermosas sonrisas al caer la tarde.

Pero dejemos que sea Rubén y su compañero cubano Antonio Zambrana, aquel que en 1909 nos deleitaron con su viaje y nos dejemos llevar por este maravilloso relato, vivo, y que cobró vida al pasar un buen rato y pasar por los mismos caminos que pasó Rubén Darío en Nindirí.

"Nindirí. El me había hablado del pueblecito, y con él tuve el gusto de verlo por vez primera en viaje que hicimos juntos, en un cómodo y ligero carruaje, de Managua a Granada. A eso de las tres de la tarde divisamos las primeras chozas. El cielo estaba azul; alguna que otra nube, transparente como velo de gasa, volaba por él, y de lo alto caía y por todas partes se derramaba la luz color de oro quemado de un sol brillante, pero ya muy soportable.


pareció que estaba en Grecia: así debió de ser la Jonia antigua, o, por lo menos, esa segunda Grecia, la Provenza de los tiempos medios. En calle sin polvo, recta y ancha, se alineaban las casas, hechas de corteza de palma y de bejucos, cada una de arquitectura diferente, a cual mas graciosa y originalmente ideada, de formas caprichosas, como sueños de hombre que no ha visto civilización, pero que, sin conocer la de los otros, ha inventado él mismo su poesía y se la saca del alma para ponerla en todo lo que la rodea.

Alrededor de las casas había siempre flores, y por la espalda de ellas asomaba algún árbol, indicio de huerto, que, con sus ramas de esmeralda oscura y sus frutos de colores vivos, daba nuevas notas a la pintura ideal que formaba el paisaje.

A la puerta o en pequeños corredores delante de ella, vi algunas mujeres de la raza india de Nicaragua, que es la más bella que conozco; todas lucían muy morenas, por estar vestidas de un blanco inmaculado, y los cabellos muy negros y los ojos como llamas, tomaban con eso un relieve encantador. Admiróme su limpieza singular y el aire de fiesta que eso daba a la aldea, porque se trataba de un día de trabajo de la semana. "¿Qué hacen estas gentes? –pregunté con curiosidad a Rubén-. Se diría que esperan alguna visita".

Venden flores y frutas -me contestó el poeta- . Las llevan en cestos muy bizarros a todos los alrededores: ésta es su vida cotidiana". Pasaron en efecto, a poco, por junto a nosotros, dos mujeres y un jovencito con cestos tan extraños como las casas, llenos de colores y aromas, conduciendo su mercancía; nunca hubiera calculado antes que el comercio pudiera tomar a mis ojos forma de poesía.

No era hora oír pájaros; lo que se escuchaba era una cigarra, pero la influencia del medio ambiente; sin duda, me hizo encontrar bello su toque de clarín delgado y persistente: pensé en la cigarra de oro, símbolo del Arte en el mediodía de Francia y el canto sin ritmo, lejos de perturbarla, completó mi ilusión.

Soñaba yo entonces por otra parte, que llevaba a mi lado la cigarra de nuestros bosques y de nuestra poesía americana, pues Rubén era ya un poeta, aunque todavía no era un hombre, y su inspiración no había aún torcido su cauce, sino que era genuina y espontánea.


Mas tarde se dejó influir por ideales exóticos, y, persiguiéndolos, ha llegado a la cumbre de la gloria; pero yo prefiero la cigarra desconocida, y ahora, que temblamos a la idea de recibir una mala noticia, ha venido a mi mente, con sincera ternura, el recuerdo del pueblecito original de las flores vivas, de las casas lindas y de las indias limpias que venden colores y perfumes de los que brotan, sin amaño, del seno fecundo de la naturaleza."

Fuente; (Nicaragua Hoy.com)

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