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miércoles, 3 de diciembre de 2008

¿Otra vez pollo asado a la barbacoa?

Por Cristiana Chamorro Barrios

Tomado del diario La Prensa de Nicaragua

Hace veinte años, en noviembre de 1988, publiqué un artículo en el que desarrollaba mi tesis sobre el futuro del presidente Ortega en ese entonces. En sentido figurado, el análisis de su situación me daba como resultado la figura de un “pollo asado” en una barbacoa, que se rostizaba con efectividad, como lo hace ahora.

Desde el día del fraude electoral veo a Ortega empeñado de nuevo en meterse al asador. La barbacoa de los ochenta la encendió con ingredientes amargos: el embargo comercial y financiero; la creación de una Contra diseñada para desgastar al Gobierno, el aislamiento internacional y el colapso económico, entre otros factores.

El presidente Ortega se asaba en su propio fuego por haber cerrado todas las vías de expresión cívica, utilizar la fuerza bruta de turbas armadas en contra de cualquier desacuerdo, por abrirle espacio a la violencia y a la guerra con sus políticas totalitarias. Pero antes de chamuscarse completamente, las brasas hirvientes forzaron al Presidente a salirse de la barbacoa en 1987, y tuvo que ofrecer el restablecimiento de las libertades públicas y adelantar elecciones libres con observación internacional.

Fueron pasos a regañadientes que el FSLN dio hacia la paz y la democracia, pero que salvaron políticamente a Ortega. Hoy, sobre esas mismas pisadas, retrocedió, con visible arrepentimiento por lo que se vio obligado a hacer en el pasado. Es casualmente con la violación burda y brutal al voto del pueblo y con agresiones permanentes a las libertades públicas, que el Presidente ha vuelto a encender el fuego de su hoguera.

Ortega y su esposa, virtual Jefa de Estado y Gobierno, montaron ese gigantesco fraude electoral, más por debilidad que por fortaleza del Gobierno, con dos objetivos básicos. Primero, como lo dijo el mismo Presidente en Caracas, no eran simples elecciones para cambios administrativos, sino “la transformación del sistema”. Es decir, la oportunidad de la pareja para imponer la dictadura del poder popular con la instalación de los CPC o “concejos de represión ciudadana”.

Ésta era la única posibilidad de su coordinadora, Rosario Murillo, para entronizarse en el interior del país, autorizar desde una pulpería hasta la construcción de una carretera, y gobernar con simples ordenanzas municipales, con carácter de ley, al margen de la Asamblea Nacional. Una vez con el control municipal, la dictadura familiar podría lograr su segunda prioridad: las reformas constitucionales que, según informaciones periodísticas, habían sido consensuadas con Alemán previo a las elecciones.

Ortega y Murillo, en vez de fortalecerse, lograron el fortalecimiento de una gran unidad nacional, con fuerte opinión pública de “Todos contra Ortega”, relanzaron a la Iglesia a rescatar su autoridad y marcar el camino. Además, le dieron una estocada de muerte al pacto humillando al partido aliado que sintió en carne propia la monstruosidad del sistema electoral creado por ellos. En consecuencia, lograron que la contraparte de esa barbarie, el reo-ex-presidente Alemán, se debilite en su capacidad de traición al pueblo y no pueda dar los votos para las pactadas reformas constitucionales.

En el plano internacional el congelamiento de la ayuda de Estados Unidos a la Cuenta del Milenio anuncia futuras restricciones de la cooperación al desarrollo local. Esto, en momentos que el “Alba” y Chávez dejaron de ser una tentación, el poder económico de los Consejos del Poder Ciudadano se verá reducido y no podrán cumplir las expectativas. El debilitamiento de los CPC aborta la consolidación de la “democracia directa” y pone en peligro la vigencia política de los Ortega Murillo.

Queda claro que el descarado delito electoral rebalsó la paciencia de los nicaragüenses y de la Comunidad Internacional. La suma de estas dos fuerzas en defensa del voto terminó con los dos objetivos estratégicos del proyecto Ortega Murillo: imposibilidad para imponer las reformas constitucionales, y el seguro rechazo popular a los delegados de Murillo con su Revolución socialista del siglo XXI. Este doble fracaso es la gran derrota del Gobierno en estas elecciones.

Si a esto se le agrega la crisis financiera mundial y la actitud del Gobierno, que se burla de la cooperación internacional, rechaza la palabra de los Obispos, que promueve la confrontación nacional como política de Estado, la ausencia de leyes para preservación de los acuerdos con el Fondo Monetario, y que prefiere esconderse en la violencia de sus propias turbas, nos da como resultado otra hoguera para el Presidente, a quien sólo le quedan dos alternativas en su nueva barbacoa:

Una, repasar la lección aprendida del 87, que en este caso sería anular las elecciones o recontar los votos, pedir la renuncia de los magistrados, restablecer la confianza nacional y restaurar el Estado de Derecho para salvarse. Segunda, terminar de quemarse antes de tiempo como “pollo asado a la barbacoa”, que no es la mejor opción para Nicaragua, aunque Ortega torpemente insista, esta segunda vez, en chamuscarse completamente.

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